ESPIRITUALIDAD:
“CONFIGURACION CON CRISTO SALVADOR Y VÍCTIMA”
La espiritualidad es la experiencia mística, hecha experiencia explícita de fe y seguimiento de Jesús. Tiene dos dimensiones: la mística y la práctica de la fe.
- La mística inspira a la entrega y al compromiso.
- La práctica de la fe se nutre por los medios concretos y específicos como son la oración, la celebración de los sacramentos, el contacto con la Palabra de Dios y las expresiones religiosas.
La espiritualidad como experiencia de Dios impregna los proyectos y compromisos de la vida; transforma y mejora cualitativamente el ideal y el compromiso por un amor mayor
Nuestra espiritualidad es la configuración con Cristo Salvador y Victima; es un proceso que nos lleva a la plena comunión con Cristo. Este itinerario se inicia con la experiencia gratuita de la llamada vocacional, nos introduce en la comunión con las otras hermanas convocadas, para que juntas recorramos este camino ascético. La vivencia de nuestra espiritualidad motiva e impulsa nuestra misión.
Distinguimos dos dimensiones de nuestra espiritualidad. La mística es el encuentro y configuración con Cristo Salvador y Victima, que suscita en nosotras el anhelo ardiente y la disposición de participar en la salvación de la humanidad. La práctica de la fe, es la vivencia del Carisma que se expresa en los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, en las virtudes de humildad, caridad, sencillez, sacrificio y alegría; y en las características propias: amor a la Eucaristía, amor filial a la Santísima Virgen, espíritu misionero y amor y adhesión a la Iglesia. La vivencia de nuestra espiritualidad se nutre de la celebración de los sacramentos (Eucaristía y Reconciliación), la oración comunitaria y personal, prácticas piadosas y otras expresiones religiosas.
La configuración con Cristo Salvador y Victima es el proyecto de Dios para cada una de nosotras, da razón a nuestra vida consagrada y es la luz que guía nuestro caminar hacia la casa del Padre.
Por nuestra consagración entregamos nuestra vida entera a Dios. En el sacrificio Eucarístico unidad a Cristo en el Espíritu Santo, renovamos nuestra ofrenda que se prolonga en la vida cotidiana en el servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Nos vamos configurando con Cristo Salvador y Victima aceptando libremente la voluntad del Padre y las consecuencias de nuestra opción. Uniéndonos a Cristo, ofrecemos nuestra oración, trabajos, sacrificios, alegrías, y sobrellevamos con paciencia: críticas, humillaciones, incomprensiones y enfermedades, por la salvación de la humanidad.
Todo el itinerario formativo nos prepara a vivir en todo momento la total donación de nosotras mismas haciendo del seguimiento de Cristo, Salvador y Victima nuestra regla suprema.
CARISMA:
“ANHELO ARDIENTE DE PARTICIPAR EN LA SALVACION DE LA HUMANIDAD CON SENCILLEZ COMO MARÍA”
El carisma es una donación gratuita, es decir, el don de gracia otorgado a una persona. Significa don gratuito y hace referencia al objeto y gracia Divina; es un regalo otorgado por Dios a los creyentes de cualquier orden o grado.
El carisma es una vocación para la misión que comprende dos elementos, uno personal: la llamada y el otro comunitario: la misión. San Pablo expresa que estos carismas son para la edificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia y habla de la caridad como el don por excelencia. (1 Cor. 12 y 13).
Entre los dones y ministerios recibidos de Jesucristo y suscitados por el Espíritu Santo en la Iglesia está la vida consagrada, como parte constitutiva de la estructura carismática o espiritual de la Iglesia
Nuestro Instituto prolonga el don de la gracia concedido a Nuestro Padre Fundador, fue encarnado por la Madre Micaela Amparo Barrera Ortiz, enriquecido por las primeras Madres y trasmitido de generación en generación. El carisma encierra el sentido y la razón de nuestro ser, tal como nuestros padres fundadores lo vivieron y trasmitieron a nuestro amado Instituto.
Como depositarias y continuadoras de la Obra, para vivir con fidelidad nuestro carisma, pedimos al Espíritu Santo avive en nuestro interior el anhelo de participar en la Salvación de la humanidad, ya que sólo así aseguramos la fecundidad y proyección del Instituto.
Participamos en la Obra de la Salvación de la humanidad a través de la vivencia de nuestro carisma. Este colaborar en la salvación de la humanidad lo vivimos con dos matices peculiares: el anhelo ardiente y la sencillez. El anhelo ardiente lo concretizamos realizando con entusiasmo nuestra acción apostólica, la cual brota de un amor apasionado a Cristo.
Acogemos con humildad los dones de Dios y aceptamos su voluntad con sencillez, a imitación de María Santísima: la Sierva del Señor.